Nada más bello y a la vez hondo y certero que un poema que, lejos de la simple emoción, analiza y desgarra. No es frecuente que un poeta, sin salirse de ese vuelo esencial que requieren los versos, les imprima al mismo tiempo la hondura del creador comprometido y testigo doliente de la bestialidad social. Testigo que no perdona ni justifica, que denuncia, pero también deja que el corazón se le parta y se desgaje en palabras, de esas que escarban el alma, de esas que conmueven hasta el tuétano.
Y no es frecuente un poeta como Moncho Azuaga, quien maneja con esa maestría inusual la urdimbre de los sueños, esa materia que sostiene los versos. No por eso deja de usar las palabras como si fueran escalpelos, diseccionando, hurgando en ese ser sombrío, cruel y también frágil que transita la historia del mundo: El ser humano, la especie más depredadora. Ya se sabe, El hombre es el lobo del hombre (Plauto).
Este poemario de Moncho Azuaga expone nuestro ser natural ante la desgracia del mundo que se resume en la Pandemia, que nos remite al encierro, a la soledad en el caso de muchos, y que saca lo mejor y lo peor de todos. (Amanda Pedrozo).
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